Digo cielo. Y si no fuera
porque todo está dicho y repetido,
tendría la ilusión de que yo he sido
el que así lo llamó por vez primera.
Quien dice cielo y al decirlo espera
llenar de dulce música su oído.
Y quien, por repetirlo, un bien perdido
como por un milagro recupera.
Ése descubre el cielo y lo bautiza
cada vez que lo nombra, y que su pura
substancia en sus entrañas cristaliza.
Pero el que dice cielo y se desposa
con lo que ven sus ojos en la altura
no ha dicho nada. El cielo es otra cosa.
(en Sonetos con sentencia de muerte, 1940)
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